Fomentar el bienestar de los estudiantes con evidencia científica

Imagina que estás en el colegio, haciendo un examen de esa asignatura que siempre te ha costado. Has estudiado mucho, pero sigues teniendo el temor persistente de que, como tantas otras veces, vas a reprobar. Empiezas a responder a las preguntas, pero te parecen complicadas y no puedes quitarte la sensación de que no lo estás haciendo bien. De repente, ves que otros estudiantes están entregando su examen; ¿ya han terminado? A ti todavía te queda mucho. Sientes que el corazón te late con fuerza en el pecho.  Estás sudando.  No puedes concentrarte. Te falla la memoria.  Recuerdas todas las veces que te ha pasado algo parecido en clase y… se terminó el tiempo. Entregas un examen que no refleja lo mucho que has estudiado ni lo mucho que has aprendido. Al salir del aula, sientes que esos síntomas de ansiedad, que no parecían querer irse, desaparecen en cuestión de segundos.

Todo el mundo ha vivido una situación así cuando era estudiante. Incluso en una clase normal sin el estrés de un examen, nuestras emociones pueden traicionarnos y dificultar nuestro aprendizaje. Las emociones influyen considerablemente en los procesos cognitivos del ser humano, como la percepción, el aprendizaje, la memoria, el razonamiento y la resolución de problemas. Tienen una influencia especialmente fuerte en la atención, sobre todo modulando la selectividad de la atención, así como motivando la acción y el comportamiento.1

En la generación y regulación de las emociones intervienen varios procesos: biológicos, sociales y psicológicos. Cuando experimentamos ansiedad, se libera cortisol (también conocido como la hormona del estrés) en el sistema sanguíneo, lo que desencadena la respuesta de “lucha o huida”. A corto plazo, esta respuesta es útil, ya que nos permite reconocer situaciones potencialmente peligrosas y reaccionar rápidamente ante ellas. Sin embargo, la activación a largo plazo del sistema de respuesta al estrés del organismo se asocia a numerosos problemas de salud, como ansiedad, depresión, dolores de cabeza, problemas digestivos, problemas de sueño y alteraciones de la memoria y la concentración.

En consecuencia, está claro que las emociones y el bienestar pueden tener una enorme repercusión en el aprendizaje. El bienestar emocional influye en el rendimiento educativo, el aprendizaje y el desarrollo. Newberry2 explica que las emociones son en realidad neutras y que su valor (positivo o negativo) depende del contexto en el que se producen. Las experiencias emocionales positivas y negativas repercuten de forma diferente en el desarrollo del cerebro. Pekrun y colaboradores3 sugieren que, mientras que las emociones positivas mejoran las calificaciones y los resultados de los exámenes a lo largo de los años, las emociones negativas en realidad dificultan el rendimiento.

Las emociones negativas son aquellas que se experimentan como desagradables, como la ansiedad, la ira, la vergüenza, la desesperanza y el aburrimiento. Pueden distraer y limitar la capacidad del alumno para mantener el nivel de atención que necesita para hacer las cosas. Como resultado, los estudiantes pueden distraerse e incluso desanimarse por cosas como ver a otros estudiantes terminar antes que ellos y frustrarse por cuan enfadados, desesperanzados o ansiosos se sienten. Las emociones negativas también pueden obstaculizar la motivación de los estudiantes; por ejemplo, los sentimientos persistentes de ansiedad y vergüenza se asocian a una disminución del interés y la motivación intrínseca. Además, las emociones negativas reducen la capacidad del alumno para autorregularse y utilizar ciertas habilidades, como razonar y actuar con flexibilidad.

Entonces, ¿cómo pueden los educadores apoyar y mejorar el bienestar de los alumnos? La investigación ha proporcionado un conjunto diverso de herramientas y prácticas que pueden ayudar a lograr este objetivo.

Educación positiva

La educación positiva es el resultado de integrar los principios de la psicología positiva en el aula. Considera la escuela como un lugar donde los estudiantes se desarrollan intelectualmente, pero donde también desarrollan un amplio conjunto de fortalezas de carácter, virtudes y competencias, que en conjunto apoyan su bienestar.4 Las escuelas de todo el mundo tienen la obligación de enseñar la ciencia del bienestar para que puedan equipar a los alumnos lo mejor posible para hacer frente a las inevitables tensiones de la vida. Y lo que es más emocionante, la investigación está demostrando que la educación positiva tiene un impacto en la preparación de los niños para manejar estas tensiones de una manera más eficaz.

Educación informada sobre el trauma

Lamentablemente, los traumas son más comunes entre los niños de lo que se piensa, y se ha demostrado que afectan a su rendimiento escolar. Esto es cierto en todas las zonas geográficas, y no discrimina en función de la situación socioeconómica. De hecho, se calcula que 1 de cada 2 niños en todo el mundo (de 2 a 17 años) sufre alguna forma de violencia cada año.5 Por esta razón, es útil que los educadores conozcan las Experiencias Adversas en la Infancia (ACE, por sus siglas en inglés) ya que de los estudiantes con una puntuación ACE de 4 o superior, el 51% tendrá un trastorno de conducta o problemas de aprendizaje. En cambio, de los estudiantes que tienen una puntuación ACE de 0, solo el 3% tendrá un trastorno de conducta o dificultades de aprendizaje. En respuesta a estos datos, la educación sensible al trauma o informada sobre el trauma ha surgido como una necesidad para los educadores que a menudo están en la primera línea enseñando a niños supervivientes de traumas.

 

Mentalidad de los estudiantes

Está ampliamente documentado que las creencias de un alumno sobre sus propias capacidades pueden evocar emociones que, en última instancia, pueden repercutir e influir en su éxito en el aula. La mentalidad de los alumnos y sus creencias o percepciones sobre la inteligencia y la capacidad afectan a sus funciones cognitivas y al aprendizaje.6,7 Por ejemplo, mientras que muchos estudiantes superan los obstáculos con un interés inherente por los desafíos, otros ven los retos y los contratiempos como amenazas personales y hacen todo lo posible por alejarse de esta incomodidad. La investigación ha identificado cuatro mentalidades clave:8

  • Mentalidad de crecimiento
  • Mentalidad de Pertenencia
  • Mentalidad de propósito y relevancia
  • Sentimiento de autoeficacia y capacidad para tener éxito.

 

Aprendizaje socio-emocional (SEL)

Al igual que las capacidades cognitivas, las capacidades sociales y emocionales pueden enseñarse y, con la práctica, influir positivamente en la trayectoria académica de un individuo. Los educadores pueden moldear los aspectos intelectuales, sociales, emocionales y físicos del clima del aula e incorporar a su enseñanza la mentalidad académica, la perseverancia y las habilidades sociales de forma adecuada al desarrollo. Los estudios han demostrado que el clima del aula tiene implicaciones para los alumnos. Mientras que un clima negativo puede dificultar el aprendizaje y el rendimiento, un clima positivo puede fomentar el aprendizaje de los alumnos. Por ello, se recomienda enseñar explícitamente a los alumnos a gestionar sus emociones junto con los contenidos académicos. El aprendizaje socio-emocional ha ido ganando terreno en la educación moderna, dado que se centra en cinco competencias básicas: autoconciencia, autogestión, conciencia social, habilidades relacionales y toma de decisiones responsable.

Bibliografía:

  1. Tyng, C. M., Amin, H. U., Saad, M. N., & Malik, A. S. (2017). The influences of emotion on learning and memory. Frontiers in Psychology, 8, Article 1454. https://doi.org/10.3389/fpsyg.2017.01454 p. 1.
  2. Newberry, M. (2010). Identified phases in the building and maintaining of positive teacher–student relationships. Teaching and Teacher Education, 26(8), 1695-1703. https://doi.org/10.1016/j.tate.2010.06.022
  3. Pekrun, R., Goetz, T., Titz, W., & Perry, R. P. (2002). Academic emotions in students’ self-regulated learning and achievement: A program of qualitative and quantitative research. Educational Psychologist, 37(2), 91-105. https://doi.org/10.1207/S15326985EP3702_4
  4. Bott, D., Escamilia, H., Kaufman, S., Barry, K., Margaret L., Krekel, C., Schlicht-Schmälzle, R., Seldon, A., Seligman, M., & White, M. (2017). The state of positive education. World Government Summit, Dubai, UAE.
  5. World Health Organization. (n.d.) Violence against children. https://www.who.int/health-topics/violence-against-children
  6. Dweck, C. S. (2008). Mindsets and math/science achievement. Carnegie Corp. of New York–Institute for Advanced Study Commission on Mathematics and Science Education.
  7. American Psychological Association (2015). Top 20 principles from psychology for preK–12 teaching and learning. http://www.apa.org/ed/schools/cpse/top-twenty-principles.pdf
  8. Darling-Hammond, L., & Cook-Harvey, C. M. (2018). Educating the whole child: Improving school climate to support student success. Learning Policy Institute.
Proximo pasos:

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