Lamentablemente, los traumas son más comunes entre los niños de lo que se piensa, y se ha demostrado que afectan a su rendimiento escolar. Esto es cierto en todas las zonas geográficas, y no discrimina en función de la situación socioeconómica. De hecho, se calcula que 1 de cada 2 niños en todo el mundo (de 2 a 17 años) sufre alguna forma de violencia cada año1. Las consecuencias del trauma incluyen trastornos psicológicos, bajo rendimiento académico, abuso de drogas, encarcelamiento y menor esperanza de vida. Por ello, para muchos niños, la escuela se convierte en su lugar seguro, ya que la confianza y las opiniones de sus educadores y compañeros les importan.
Por esta razón, es útil que los educadores conozcan las Experiencias Adversas en la Infancia (ACE, por sus siglas en inglés) y su impacto en el desarrollo cerebral de los alumnos. Entre ellas se incluyen el encarcelamiento, la violencia, la falta de vivienda, la insuficiencia alimentaria, el abuso sexual, el abuso emocional, la negligencia, el alcoholismo y la drogadicción. En función de la cantidad de Experiencias Adversas en la Infancia que una persona ha experimentado podemos obtener una puntuación ACE, que puede ser muy útil ya que se correlaciona con el alcoholismo, la drogadicción y la autolesión, entre otros comportamientos de riesgo. De los estudiantes que tienen una puntuación ACE de 0, el 3% tendrá un trastorno de conducta o dificultades de aprendizaje. Por el contrario, de los estudiantes con una puntuación ACE de 4 o superior, el 51% tendrá un trastorno de conducta o problemas de aprendizaje. En los Estados Unidos, por ejemplo, el 61% de los adultos indicaron que habían experimentado al menos un tipo de ACE, que se han relacionado con afecciones de salud como enfermedades cardíacas y depresión, así como con un elevado coste económico para las familias, las comunidades y la sociedad.2
En respuesta a estos preocupantes datos, la educación sensible al trauma o informada sobre el trauma ha surgido como una necesidad para los educadores que a menudo están en la primera línea enseñando a niños supervivientes de traumas. Lo primero que deben hacer los educadores es ser lo más compasivos posible y, al mismo tiempo, ayudar al alumno a ser autocompasivo. Con demasiada frecuencia, los niños sometidos a un estrés abrumador piensan que les pasa algo, cuando en realidad se trata simplemente de la situación. Nosotros no podemos arreglarla, pero podemos ayudarles a ser más compasivos consigo mismos.
El informe de la Iniciativa de Políticas de Trauma y Aprendizaje de 2017, Comisión de Escuelas Seguras y Solidarias: Principios de práctica efectiva para la integración de apoyos estudiantiles, identifica ocho principios básicos de la educación sensible al trauma:
Bibliografía:
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